Logística invisible

Recuerdo haber leído un artículo en el que el autor venía a decir que no comprendía cómo es posible finalizar con éxito complejísimos retos logísticos y, sin embargo, fallar estrepitosamente en operaciones elementales que se llevan repitiendo desde el año de la tos.

Es cierto que en los artículos, actos públicos y clases sobre logística (o gestión de la cadena de suministro, como más le guste al lector) siempre se hace referencia a lo último conocido. Los lectores y asistentes quedan maravillados con los avances de la disciplina y de lo que se puede llegar a hacer. Les pintan un mundo de color de rosa y llegan a creer que la realidad es así.

Mientras ven un prodigio de almacén en acción, no intuyen que el día en que sean totalmente automáticos, todos sus conocimientos de gestión no valdrán para nada. Porque unos robots tomarán y dejarán mercancías según se lo marque un programa informático dotado de inteligencia artificial. Entonces, ellos ya no tendrán sitio en los almacenes; estarán ocupados por tecnólogos de la información y la comunicación, y el saber de la materia quedará en manos de unos pocos eruditos recluídos en recónditos lugares.

En los másteres sobre Supply Chain de las escuelas de negocios se seguirá aupando a un pedestal a la cadena valenciana de supermercados que no para de crecer, o al distribuidor de moda gallego presente en medio mundo. Sin duda, merecen estar ahí, pero hay vida más allá de los avances rompedores y de las grandes empresas.

Todas estas maravillas están al alcance de muy pocos. La mayoría de las personas no se encuentran con cosas así, viven en otro mundo. Cuando llegan al trabajo se topan con algo distinto, muy distinto: la presión por sacar adelante el trabajo del día, las incidencias, las averías, la falta de medios y un largo etcétera de problemas cuya solución no puede esperar.

El día en que les toca estudiar algún caso real en la sesión del máster, no se ven el blockchain, los robots, los almacenes automáticos, la realidad aumentada o los drones; todos han volado hacia másteres de ingeniería. Se desencantan según van leyendo el relato y descubren cómo se trabaja. No pueden creer que eso esté sucediendo en el presente y preguntan cuándo ocurrió. Aún se quedan más descolocados cuando oyen que la historia es de anteayer. Tampoco conciben que haya operaciones clandestinas, como esa, fuera de lo que ellos consideran normal. Por desgracia, son la mayoría y están bajo el agua, como casi todo el hielo de un iceberg. Si se trata de resolver los problemas encontrados, proponen arreglarlos con la dosis justa de automatización e informática; es la panacea que nunca falla, incluso para resolver asuntos entre personas. No son conscientes de que no es tan fácil salir al aire desde debajo del agua. Los recursos de la empresa tienen un límite y habrá que optar por otros remedios, menos costosos, más ingeniosos, efectivos y menos comprometedores que la sitúen mucho más cerca del presente.

El hombre es tan curioso que siempre está embarcado en el progreso. Se trata de una inquietud que el tiempo ha demostrado imparable. Bienvenido sea, pues, el progreso y todo lo que trae consigo. Quienes están en la punta del iceberg se afanan en avanzar para mantenerse en ella. De paso, agrandan la brecha frente a los que pueblan el fondo. A éstos hay que ayudarles para recortar la distancia que les separa de la punta.

La logística se parece a un iceberg. Está plagada de operaciones sumergidas en donde se vive en el pasado remoto. Sacarlas a la luz y acercarlas a la modernidad es una tarea que invita a ponerse la escafandra. El que suscribe puede presumir de haberlo hecho unas cuantas veces y no duda en repetir en cuantas oportunidades se le presenten. Al aire libre se vive mucho mejor que bajo el agua, sin lugar a dudas.

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