Amores que matan

amoresYa no sé qué es mejor: la enfermedad o el remedio. Estos últimos años han sido un calvario para mi y no sé si algún día terminará.

La empresa en la que trabajo es un negocio que arrancó el padre de mi jefe, el gerente. Dio con una mezcla de buenos productos, profesionalidad, ética y tesón, con la que se labró el respeto en su sector. Llevó el negocio a un punto en donde todos vivíamos bien de nuestro trabajo. Siempre teníamos quehacer en el almacén, no nos aburríamos. De vez en cuando tocaba lidiar con fuertes puntas de trabajo, de las que salíamos airosos poniendo todo de nuestra parte. El fundador, en sus últimos años, se conformó con mantener el negocio y preparar concienzudamente a su hijo para tomar el relevo.

Mi jefe llegó con nuevas ideas. El negocio creció y las instalaciones se nos quedaron pequeñas. Nos mudamos a unas el doble de grandes de donde veníamos. Atender a los clientes y trasladar el almacén, sin cerrar, fue una odisea. Surgieron mil problemas, que solucionamos con sangre, sudor y lágrimas. Para colmo de males, el trabajo no salía; todos estábamos desorientados. Poco a poco nos fuimos haciendo al sitio y conseguimos trabajar bastante mejor que en el antiguo almacén. Se notaba la amplitud ganada y no nos estorbábamos unos a otros. Llegábamos a casa a la hora de siempre, después de haber disfrutado de una cerveza a la salida del trabajo, con la que rememorábamos las calamidades de la mudanza, que no se las deseamos ni a nuestro peor enemigo.

El gerente nos traía cada día más trabajo y más productos. Todos estábamos contentos porque podíamos trabajar como es debido, aún habiendo aumentado la plantilla. El sitio libre del almacén empezaba a escasear al cabo de dos años. Estaba preocupándome; temía un nuevo cambio y quise salir de dudas.

– Jefe, a este paso, dentro de un año tendremos que irnos a otro sitio. Después de lo que pasamos para venir aquí, me da pánico hacer otra mudanza. ¿Vamos a seguir creciendo a este ritmo?

– Sí, hasta llegar al techo. El hada madrina nos ha tocado con su varita mágica y no quiero desperdiciar la ocasión, ni tirar por la borda el esfuerzo que nos ha costado ganarnos a los clientes. Siempre nos reprocharían haberlos descuidado o dejado en la estacada. Nuestra reputación se vendría abajo y, seguramente, tendríamos que cerrar.

Te voy a encargar un trabajito para que no te aburras. Mira qué podemos hacer en el almacén para no movernos de aquí. Antes de tres meses deberíamos saber qué hacer.

El jefe me había metido en un buen lío y no debía perder tiempo. Tampoco podía estar en misa y repicando; no llegaría a nada. Delegué muchas de las cosas que hacía a mis encargados y me metí en harina. Me escondí en un sitio donde nadie me molestara. Daba un par de vueltas al día por el almacén, para asegurarme de que todo marchaba razonablemente bien.

¿Por dónde empiezo?. No tenía ni idea, pero tenía que ponerme en marcha. Hablé con varios especialistas en almacenes. Cada uno me decía algo distinto. A todos les pedí que me dieran una primera visión de lo que buscábamos, de los beneficios que nos iba a reportar, y que estimaran a grandes rasgos el coste y el tiempo que llevaría su implantación.

Los documentos que recibí me ayudaron a poner en orden las ideas y a seleccionar los más interesantes. Volví a llamar a sus autores para pedirles una oferta en firme a partir de su planteamiento inicial, en el que introduje algunos cambios. Algunos me pidieron una cantidad asombrosa de datos. Me preguntaba si servían para algo, pues la mayoría no los conocíamos en la casa. No pensaba que construir un almacén fuera tan difícil como me daban a entender. Les di lo que pude y esperé su respuesta.

– Ya tengo una colección de propuestas para nuestro nuevo almacén. Las vamos a ver por orden de dificultad.

– Perfecto. ¡Adelante!

– La primera opción es poner máquinas que trabajen en pasillos estrechos, cambiar estanterías de sitio y poner más huecos de almacenamiento. Es una solución barata. El suministrador de máquinas nos recompra a buen precio las que no nos sirven. Las estanterías las vamos montando nosotros, poco a poco, aprovechando fines de semana; así no tenemos que parar el almacén entre semana y es algo que aún no corre prisa. Podremos alargar la vida del almacén dos o tres años más. De paso, nuestros informáticos modifican algunas cosas del sistema para ir más deprisa.

almacén lleno– No me gusta mucho. Prefiero que un profesional cambie las estanterías. Si no lo hacemos bien, puedo acabar entre rejas. Además, se nos ocurrirán cosas nuevas sobre la marcha, que las pondremos y, si no funcionan, quitaremos. Esto puede ser el cuento de nunca acabar. No terminaremos quemados, sino carbonizados. Vamos a la siguiente.

– De acuerdo. Nosotros nos centramos en los clientes y pedimos a especialistas que nos hagan lo que queremos. Todo está listo para negociar y rebajar algo el importe que ves en el papel.

– Esto me gusta más, pero hay algo que me da miedo. Vas a pasar mucho tiempo totalmente dedicado a bregar con los proveedores y lo pasaremos muy mal si los clientes se nos echen encima porque el almacén no funciona. ¿Tenemos más opciones?.

– Sí, la última. Sabes que me llevo muy bien con mi homólogo de nuestro principal proveedor. Más de una vez nos ha sacado de apuros serios. Le comenté nuestras intenciones y me contó lo que hicieron hace años en su almacén. Una empresa les puso un almacén totalmente nuevo. Están encantados y no han tenido que cambiar nada desde entonces. Les llamé. Me dijeron que ese almacén ya se había quedado algo anticuado, pero que cumplía perfectamente su papel. Lo que nos han traído es este libro, magníficamente ilustrado. Aquí nos dicen cómo ven nuestro almacén. A mi me parece revolucionario: un almacén automático. Nos cabe muchísima más mercancía. Sobrará la mitad de la plantilla, porque no habrá que ir de un lado a otro a coger y dejar unidades y no repasaremos los pedidos. Hay que poner una informática nueva, que controla muchas más cosas que la que tenemos y enlaza directamente con la contabilidad y la facturación. Creo que esta opción nos da para bastantes años. Además, se comprometen a tenerlo listo en la fecha que prevemos y pondrán a una persona para que dirija los trabajos según un plan y no nos estorbe en el trabajo.

– Eso suena muy bien. Pero tiene que costar un dineral.

– Sí, agárrate a la silla y mira aquí.

– Es muchísimo. Nos lo podemos permitir –añade, después de respirar hondo y hacer unos cálculos rápidos- y vamos a ir con esta opción.

No contábamos con que teníamos que trabajar más. De entrada, pedíamos menos cantidades a los proveedores para dejar sitio libre para la nueva instalación. La recepción empezó a congestionarse y aumentó la tarea de pedir mercancía. Esto nos dio ideas para ser más veloces en el trabajo. Pedíamos que se pudieran aplicar en el nuevo almacén. Siempre chocábamos contra el mismo muro.

– Las ideas que proponéis son muy buenas. Pero no podemos atenderlas cada vez que se os ocurren. Es más, habéis descartado algunas de las que propusisteis hace una semana. Por favor, madurad las ideas, juntadlas todas y las tratamos de una vez. Garantizamos que terminaremos antes la instalación –argüía el contratado.

Entendimos que tenía razón y seguimos sus consejos. Le trasladamos nuestros deseos. Algunos no suponían ningún problema y otros debían estudiarse. La respuesta venía días después, en forma de imposibilidad de cumplir algunos deseos o de ampliación del presupuesto y demora en el plazo de entrega. ¡Vaya decepción, nos tienen agarrados por ahí! Si el coste del proyecto era importante, no lo eran menos las reformas. Los añadidos ponían al jefe en un serio aprieto. Tuvimos que decidir qué abordar para no poner en riesgo la economía de la casa. Y se acabó el dinero para el nuevo almacén.

Llegaron las pruebas en la primera fase del proyecto. Nada salía bien a la primera; todos se afanaban en poner parches a la instalación hasta que se resolvía el problema. Con esto y otros avatares, la entrega de la instalación se demoró hasta estar casi a punto del colapso. Tiempo después quisimos explotar una forma de trabajo que la documentación decía que era posible. Al preguntar, dedujimos que se había anulado en las pruebas. Otro presupuesto extra para habilitarla; habíamos aceptado la instalación y el periodo de garantía había finalizado.

Mientras se progresaba en la segunda fase, se empezó a trabajar con la ya terminada. El bombardeo de quejas de los usuarios era incesante. Todos decían que despachar el trabajo costaba mucho más. Redoblamos la formación inicial al personal. El aprendizaje les hizo ir más rápidos, pero no hasta el punto esperado. Hoy seguimos con la misma plantilla de entonces, gracias a que se mueve bastante más mercancía, pero menos del doble de la de entonces. El personal sigue diciendo que la empresa se ha gastado una fortuna en una instalación lenta que no responde en las puntas de trabajo; algo de razón hay en eso.

Durante los primeros meses de vida la instalación funcionaba correctamente. Empiezan a aparecer algunos ruidos, bloqueos del sistema y otras pequeñas anomalías. No les damos importancia hasta que se produce la primera avería. El contratado nos dice que hay que cuidar las máquinas para que no se estropeen antes de tiempo. Nos remite al plan de mantenimiento que nos entregó y explicó en su día, al que no prestamos atención. La broma nos costó un buen dinero, dos días de estar medio parados y un aluvión de reclamaciones de los clientes. Nos ofrece varias vías para tener decentemente cuidada la instalación y nos da la posibilidad de elegir el sablazo que creamos menos doloroso.

Los problemas no se acabaron aquí. Hicimos algunos pequeños cambios que nos hicieron la vida algo más fácil. Seguimos teniendo problemas crónicos, algunos bastante graves, pero no nos queda otro remedio que vivir con ellos lo mejor posible. A decir verdad, la solución resolvió nuestro principal problema de futuro, pero esperábamos bastante más de su funcionamiento.

Mi homólogo de nuestro principal proveedor conocía todo lo que pasamos. No hace mucho me dijo que nuestro común contratado les había visitado para plantearles una puesta al día de sus almacenes. Al preguntarle por nuestro almacén, confirmaron que les dio mucha guerra; ponían en marcha una tecnología nueva por primera vez.

El proyecto dejó muy tocada la economía de la empresa. Solo se podía salir adelante con más ventas. Visitar el almacén y presumir de las maravillas que hacía ante clientes antiguos y potenciales ayudó, sin duda, a salir del atolladero. ¡Habría que mirarnos por un agujerico!

Aviso al lector: Esta historia es pura ficción. Es posible que alguien haya vivido algo parecido. Desde aquí, le animo a contarlo a los demás.

Derivadas

La función aún no ha terminado. Emilio López, cuya reseña figura debajo, le extrae unas derivadas:

Primera, o ¡Ay, Manolete!

Segunda, o No me chilles, que no te veo

Tercera, o Se lo digo, no se lo digo

Emilio López, el Paladín del Cliente

EmilioEmilio es ingeniero industrial. Tiene una capacidad de trabajo envidiable. Por el día ejerce su especialidad en un mayorista farmacéutico y le da tiempo para practicar la organización industrial. Es otro maníaco de la productividad, como yo.

Cumple con sus deberes hogareños y, en el tiempo libre, que aún le queda, se enfunda el traje de paladín y arremete contra todo lo que le martiriza en su blog http://clienteyempresa.com/. Recomiendo visitarlo. Todos los días trae novedades interesantes.

4 comentarios

  1. Juan Carlos: interesante planteamiento ficticio. Sin duda muy real para quienes trabajamos en logística.
    ¡Tengo una historia similar!

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